Salinas del Cortijo de las Rosas de Santa Ana (Villamartín) |
A nadie extraña que Cádiz sea playa de sal y salinas que
inspiran fantasías de ninfas y musas de carnaval y poesía. Desde del Puerto
de Santa María hasta San Fernando y Chiclana, pasando por Puerto Real, el mar
salado es fuente de sal y oficio de salineros de la Bahía. Sin embargo, hablar
de salinas tierra adentro es cosa de otro cantar, y no precisamente por
alegrías.
Más allá de esteros y salinas del litoral gaditano, lo
blanco y lo salado se extiende por toda la provincia remontando cursos de agua
salada, o de charca en charca de laguna y humedal. Blanca es la harina y la
miga del pan de la Campiña como blanca era la sal y las salinas de Arcos,
Espera o Jerez. Blanca es también la nieve y la leche de las Sierras de Cádiz
como blanca era la sal y las salinas de El Bosque, Puerto Serrano o Villamartín.
Salinas como las del Cortijo de las Rosas de Santa Ana en
Villamartín estuvieron produciendo y abasteciendo de sal la comarca hasta
finales del siglo pasado. Como la de Villamartín, las salinas de Arcos, Espera,
Jerez, Prado del Rey e incluso la Fábrica Real de Hortales en El Bosque fueron perdiendo
mercado hasta desaparecer por completo la actividad salinera.
La sal de estas salinas fue sustituida por otras de tipo
industrial, procedente de algunas de las salinas tradicionales de la Bahía reconvertidas
y en manos de grandes empresas, o de las minas de sal del norte de la Península
y el centro de Europa.
Con el abandono de estas salinas, las sierras y las campiñas
de Cádiz perdieron parte de su cultura alimentaria, sabores y saberes propios
de sal, salinas y salineros que desde Cádiz Sabe reivindicamos como elementos
singulares de nuestro patrimonio.
Salinas del Cortijo de las Rosas de Santa Ana (Villamartín) |
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